El 8 de septiembre de 1614 se puso la primera piedra de lo que sería la construcción de las murallas de Cartagena. Una obra que solo terminaría dos siglos después con la independencia, pero que elevó a su pueblo al título de Ciudad Heroica. Este sería el primer epílogo para la construcción de las fortificaciones militares concebidas por ingenieros italianos, pero levantadas con sudor y sangre por las manos de miles de negros esclavos: una obra arquitectónica que marcó el rumbo de la historia de Colombia.
Con la instalación de una placa y una ofrenda floral, los cartageneros inician hoy la celebración de esta fecha magna, y abren la puerta al mundo en el mes del patrimonio, durante el cual habrá conferencias y exposiciones con expertos.
El historiador cartagenero Moisés Álvarez, director del Museo de Historia de la ciudad, y el investigador italiano Claudio Babuscio, especializado en la dinastía de los ingenieros militares Antonelli –quienes hicieron los diseños y posteriormente lideraron el montaje de ingeniería, en su primera fase– hablaron con EL TIEMPO sobre los momentos cumbres de estos cuatro siglos de las emblemáticas murallas.
La dinastía Antonelli
A mediados del siglo XVI se produce el gran asalto de Francis Drake, que ingresa una noche por Bocagrande, y la ciudad, sin protección alguna, es tomada de madrugada. “Fue ese evento el que obligó la construcción de las murallas”, narra el historiador, Moisés Álvarez.
Los primeros diseños de las murallas fueron hechos por puño y letra de Bautista Antonelli, en el año de 1594, un ingeniero de la marina italiana que tenía experiencia traída de la construcción de murallas en El Mediterráneo, agrega el investigador italiano Claudio Babuscio, residente en Cartagena y expositor invitado a los eventos de este mes.
“Bautista Antonelli escribió una carta a Felipe II el 20 de noviembre de 1594, donde le contaba que tras una tormenta había desviado su rumbo de la Sierra de Capira y había desembarcado accidentalmente en Cartagena de Indias. En la misiva le comunicaba al rey que la ciudad no tenía defensa, y que la gente y sus dirigentes tenían miedo, por lo que había que plantear urgentemente una muralla”, agrega Babuscio, de 60 años, casado con una cartagenera.
Sería Cristóbal de Roda Antonelli el encargado de construir el Corralito de Piedra, que protegió el lugar de los múltiples asaltos holandeses, franceses e ingleses. Pero solo la primera etapa le tomaría 16 años.
“La Dinastía Antonelli –asegura Babuscio– continuaría con Juan Bautista Antonelli (hijo de Bautista), quien edificaría fortificaciones en Venezuela, Puerto Rico y Santiago de Cuba. Y sería el que en 1631, tras la muerte de Cristóbal del Roda, recibiera el título de mejor ingeniero militar del Caribe, de manos del Rey de España”.
Fue ante las necesidades de esta gran obra que en Tierrabomba nacieron las primeras canteras de donde salió la piedra para la construcción, además del municipio de Turbaco y otros corregimientos aledaños.
Pero sería contra la naturaleza y no contra la estrategia militar europea, que las fortificaciones fueran vulneradas por primera vez.
El 12 de febrero de 1618 sobrevino un terrible temporal de norte que los cartageneros jamás habían vivido. La furia que vino del océano duró 12 días, durante los cuales cuatro baluartes que estaban a una altura de entre ocho y trece pies, pero aún frescos en sus cimientos, fueron derribados por la furia de la tormenta.
“Cayeron quinientos pies de muralla; barracas tan altas como las de Santa Catalina, hasta donde el mar nunca había llegado. El agua entró y se comió más de cien pasos, y por estar los baluartes y cortinas terraplenadas por dentro con arena, a causa de la falta de buena tierra en toda la isla, y por estar tan bajos y la obra tan fresca, la tormenta los acapilló. Se metió el mar por encima, empapándose la arena de agua y, en el combate del agua por dentro y por fuera, la obra se cayó”, describirá el propio Cristóbal de Roda en una misiva al rey, dice Babuscio.
La leyenda de la Heroica
El gran legado de la arquitectura militar italiana en esta edificación es el sistema de protección basado en baluartes. En este, las fortificaciones tienen salientes en forma de flecha desde donde los cañones pueden apuntar en todas direcciones, formando un fuego cruzado que hizo inexpugnable la ciudad.
No obstante, había que fortificar toda la bahía y, en el siglo XVIII hubo una evolución del sistema, que es perfeccionado por la Escuela Iberoamericana, que montó obras como las bóvedas del barrio San Diego, o las baterías colaterales del Castillo de San Felipe, cuyo bonete central había sido construido en 1657. Incluso la Torre del Reloj también llega con esta escuela militar ibérica.
“Con las obras de la Escuela Iberoamericana, las fortalezas cobran un mayor rango y evolucionan militarmente”, dice Álvarez.
A mediados del siglo XVIII España e Inglaterra conciliaron, y España le abrió a Inglaterra algunos corredores marítimos del Caribe, pero los ingleses aprovecharon y llevaron contrabando. La guerra estalló cuando marinos españoles le cortaron una oreja al capitán y contrabandista inglés Robert Jenkins. Esto airó al rey de Inglaterra, por lo que envió misiones militares al Caribe.
Uno de esos comandos estuvo al mando del almirante inglés Edward Vernon, que fracasó en sus intentos de tomarse Cartagena en 1739 y 1740, pero reunió en Jamaica a 23.600 hombres que en 186 barcos partieron hacia La Heroica una vez más. La ciudad se defendió con 5.000 hombres y 6 naves.
“La confianza en la victoria fue tal que, una vez Vernon arribó a Cartagena en 1941, izó la bandera de Inglaterra en el Cerro de la Popa”, explica Álvarez.
Pero Vernon no contaba con la estrategia del almirante español Blas de Leso, que abrió inmensas y profundas zanjas alrededor de las murallas que las hizo infranqueables. Abatido y con sus hombres enfermos, Vernon se alejó de la ciudad.
Una vez declarada la independencia de España por parte de los neogranadinos, en 1811, en 1815 los españoles regresaron en busca de la reconquista.
Ahora, son los mismos artífices de las murallas quienes debieron derrotarlas. La misión la tuvo, entonces, el conquistador Pablo Morillo, que optó por sitiar la ciudad por tierra y mar durante cinco meses para matarla de hambre sin tener que sortear las poderosas fortificaciones.
“Quemó los pueblos que rodeaban la ciudad y mantuvo una nutrida fuerza naval, custodiando las costas. Finalmente, Morillo entró a Cartagena en diciembre de 1815”, resume Álvarez.
El París colombiano
La ciudad había dejado atrás su época de gloria colonial, y recibió el periodo Republicano. Durante gran parte del siglo XIX, Cartagena estuvo abandonada y las mismas murallas que la habían protegido la excluían del progreso.
Fue una firma de ingeniería inglesa que adelantaba trabajos en el Puerto de Buenaventura la que, ante el llamado de los cartageneros, visitó la ciudad y en su diagnóstico aseguró que parte de las murallas debía ser derribada, y que la ciudad tenía que abrirse al río Magdalena.
Así es que la ciudad tumba parte de las murallas en los sectores hoy conocidos como India Catalina, Media Luna, Puente de Román y Centro de Convenciones. “Se alcanzó a comparar a Cartagena con París. Se dijo, entonces, que si París había derribado sus murallas, por qué Cartagena no podía hacerlo”, agrega Álvarez. No es sino en 1918 cuando surgió la primera ley para proteger las murallas como patrimonio histórico y cultural.
Pero atrás quedaron los siglos de guerras. Hoy las murallas son el escenario predilecto para el amor, y en las tardes los casquetes que antes escondieron cañones hoy albergan enamorados.
Pero también enfrentan las murallas a otros ‘piratas’, jóvenes que las asedian con aerosoles para dejar su imprenta grafitera, y los que han tomado sus bases como baños y letrinas públicas.
También han tenido que “empuñar la espada” los defensores del patrimonio contra aquellos arquitectos que buscan lucrarse, edificando moles de varios pisos que opacan el abrazo de la historia con unas espléndidas murallas que hoy celebran cuatro siglos.
By: eltiempo.com
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